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RESINERO |
LA SIEGA |
EL MADERERO |
LA CARRETERÍA |
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RESINERO |
Se pierde en los
albores de la humanidad el uso de la resina. Desde tiempos
inmemoriales se había hecho de la herida sangrante de los pinos una
fuente de vida. La iluminación de las cavernas, el transporte del
fuego, los asados y la calefacción, la impermeabilización de los
barcos, el intercambio comercial... y, por otro lado, el aspecto
ofensivo: acciones de asalto con bolas de fuego, teas incendiarias,
flechas impregnadas o ánforas rellenas de pez en las batallas
navales...
La resinería forma parte sustancial del desarrollo humano. En su
momento, resultó fundamental para el desarrollo de las grandes
potencias. España llegó a ser la tercera mayor productora, después
de Estados Unidos y Francia, dedicándose a esta actividad más de 400
municipios de nuestra geografía. Esta actividad, no exenta de dureza
y sacrificio, tuvo su declive sobre los años sesenta ante nuevas
fórmulas de producción, y una mala gestión de los recursos, aunque
hoy se vuelve a plantear su recuperación.
Margarita,
hija de Cecilio de Pedro, "El Cachito" desde estas líneas nos
rememora el que fuera modo de vida de su familia, y de otras
familias de Canicosa y de la Comarca, recordando el viejo y duro
oficio de resinero:
"La
vida del resinero se centraba en los meses de marzo a noviembre, y
el árbol por excelencia era el pino negral, válido para resinar.
El tío
Cachito tenía aproximadamente 1000 árboles que en marzo los
preparaba, primero cortando el corcho (corteza) a
hacho y con
la zuela muy afilada hacían la cara al pino para que sudara,
y con una media luna se daba un corte para colocar una chapa y que
discurriera sobre ella el sudor del pino "la resina", que iba a caer
a un recipiente de barro, que una vez lleno se echaba en una lata de
hojalata de 22 kg que cuando estaba llena se llevaba a una cuba.
En junio era la
primera cogida y se necesitaba personal. Al principio era mi madre
quien ayudaba, después, cuando los hijos íbamos creciendo,
ayudábamos todos.
Era un trabajo
muy duro puesto que estábamos todo el día andando y andando,
quitando la madera y la resina, que con el calor había que hacerlo
en menos tiempo porque el pino sudaba más.
Los lugares donde
trabajábamos con mi padre era en Peña Gorda (zona de Tierra Soria) y
en la Fuente el Roble por Navaleno. Aquí recuerdo que con 12 años,
les llevaba las viandas, porque en época de recogida de la resina,
se pasaban 8 días sin bajar a casa, y se las llevaba con un burro
que ya se sabía el camino.
A los 15 años,
empecé a coger resina y me preparaban una lata que había que
llevarla con la mano izquierda que era la que se manchaba y con la
derecha un cuchillo para poder sacar la resina de dentro del
recipiente donde caía. Las manos las limpiábamos con macón para
quitarnos lo pegajoso y poder comer.
Cuando estábamos
lejos de casa vivíamos en "chozos" y allí recuerdo que la
vida era muy agradable porque vivíamos en familia con el resto de
los resineros. Las camas eran de madera y los colchones de paja.
Allí dormíamos. Luego hicieron casas forestales y estábamos mejor.
En verano,
trabajábamos todo el día levantándonos a las 6 de la mañana y
regresábamos al chozo a las 10 de la noche. Y aunque se pasaba calor
era mucho más agradable que en noviembre con la última recogida de
resina ya que teníamos que hacer fuego en las cubas porque las manos
se nos quedaban heladas y para sacar la resina costaba bastante.
En definitiva, aunque el
oficio de resinero era muy duro, tengo muy buenos recuerdos.
Margarita de
Pedro
para "El
Pinachón"
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LA SIEGA |
Hay
en el término municipal de Canicosa una extensión superficial
considerable de pradera en la que hasta nuestros días, se ha
aprovechado el fruto anual de la misma, es decir, la hierba.
La forma
de explotación ha variado con el tiempo. Yo aquí hago el relato de
la siega tiempo atrás, hacia los años 50. Lo que recuerdo del
proceso es más o menos lo siguiente:
De
madrugada sobre las 6 de la mañana marchaban los segadores con su
dalle picado para iniciar la siega. Pero antes de empezar a segar se
hace la partición del prado consistente en echar la línea entre dos
puntos o mojones. Un hombre en un mojón y el otro caminando con los
pies a rastras para tumbar la hierba, unos
200 ó 300 metros en línea al mojón contrario, para así marcar
la divisoria de prado o propiedades. Con frecuencia se
producían disputas, por tales divisorias porque alguien se torciera
al delimitar las hileras.
La siega se
desarrolla a base de cambadas y cuando el dalle se "cansaba"
se le daba pizarra, operación que consistía en llevar una colodra
con agua colgada del cinto y en ella se metía la pizarra que se
pasaba por el filo del dalle, para eso, para afilarlo y que
continuara cortando.
Sobre las 9 de la
mañana acudían las mujeres al prado con su capazo llevando los
almuerzos: su patata arreglada, torreznos, chorizo de orza, costilla
u otros alimentos como sopas de leche o huevo frito. La bota de vino
no faltaba.
Mientras los segadores
hacían un alto para el almuerzo, las mujeres espaciaban la hierba a
brazaos con las manos. Terminado esto, las mujeres se subían a casa
a hacer la comida para volver al prado hacia las dos, en plena
canícula, a dar vuelta a la hierba con la orca.
Hacia las 5 de la
tarde los segadores bajaban al prado para seguir segando. Por su
parte, las mujeres acudían con el rastro para ir recogiendo la
hierba en montones y tornahilos, que son hileras largas para
facilitar la carga del carro. Este se cargaba con un horquillo desde
el suelo que alcanzaba la hierba al que estaba montado para
recogerla. Éste preparaba la carga extendiendo la hierba para llenar
cuanto más y mejor el carro, incluso competir con otros cargadores
en la cantidad y disposición de la carga. Una vez el carro estaba
cargado se ataba la hierba con unas sogas largas que salían del
ubio hasta unas varas que había atrás en el carro.
Seguidamente se
hacia un descanso para la merienda: chorizo y jamón era lo más
apetecido, regado todo ello con un buen vino en bota.
El hombre y en
ocasiones también las mujeres conducían el carro hasta la casa para
meter la hierba a la cámara. Se metía a bracil, que era una
cinta ancha que se colocaba en el suelo sobre la que se echaba la
hierba encima para luego apretar con la argolla y hacer más grande
el bracil, que era cargado a espalda de la bracilera. Su destino era
la .cámara donde se amontonaba.
Los muchachos
gozaban con triscarla y apretarla y así tener más espacio para meter
más al día siguiente, que continuaba la operación hasta terminar la
siega de las Azas, Verdinal, La Cañada, La Vega., El Prado del Toro,
La Piñuela, etc.
La hierba así
almacenada serviría de alimento al ganado en los duros meses del
invierno, cuando la nieve y los hielos impedían al pasto de las
praderas.
Silvia Campo
Pascual
Para "El Pinachón" 2002
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MADEREROS |
La explotación de
la madera está intrínsecamente unida a nuestra esencia cultural y a
nuestra trayectoria social y económica. Desde nuestros orígenes como
comunidad asentada, la madera de nuestros bosques era, no sólo el el
vínculo obligado con la Madre Tierra y las deidades celestes, si no
que además, durante siglos sirvió al crecimiento y al sustento de
nuestros pueblos. Aún hoy, no podríamos entendernos sin la
majestuosidad de nuestros bosques, explotados y mimados a la vez.
Hermanada con la
carretería, supone nuestro mayor hito como aportación a la España
actual. En carretas, gamellas, "tauretes", en construcciones como la
catedral de Burgos, de Soria, de Burgo de Osma, de El Escorial, en
flotas como la Armada Invencible, la madera de Canicosa ha estado
presente en muchos momentos de nuestro devenir como país.
Las cartas de
privilegio que Carlos IV otorgó a nuestra Villa y a pueblos hermanos
daban fe de la trascendencia que nuestra Comarca significaba para la
buena marcha del reino. Serrerías movidas por agua, oficios y
actividades derivadas, fueron durante muchos años nuestro paisaje
popular.
Un lugar al que volver
Hoy en día nuestra
comarca no atraviesa por su mejor momento. El sector de la madera,
que ha sido nuestro sustento durante tantas generaciones, está dando
paso a otros sectores en los que buscan empleo los jóvenes serranos
que deciden vivir en nuestros pueblos.
Sin embargo, no debemos
olvidar que en un pasado no tan lejano nuestros padres y abuelos
vivían por y para el monte.
Gran parte de las
familias de Canicosa contaban con más de un miembro que ganaba su
jornal en alguna de las muchas profesiones relacionadas con el
sector. Desde guardas forestales o trabajadores de 'las limpias",
que vigilaban por el mantenimiento y la salud del monte, hasta los
que cortaban, arrastraban y acarreaban sus frutos sin importar el
día o la época del año. No era una forma de vivir, era un modo de
vida. Tras despuntar el alba, y hasta que el sol caía, nuestros
montes estaban llenos de actividad. Hachos y tronzadores sonaban por
doquier precediendo al sonido seco y sordo del pino abatido. Durante
el almuerzo, la alforja y la bota de vino acallaban las fatigas de
la dura jornada y reponían las fuerzas para afrontar el viaje de
regreso a casa, muchas veces a pié. Algunos no volvieron y es justo
recordarlos. El monte nos ha dado la vida, pero en muchos casos
también la ha quitado.
Es por ello que desde
estas líneas quisiera rendir un pequeño pero sincero homenaje a
todos los canicosos que, de una u otra forma, han contribuido en la
explotación y conservación de nuestros montes y han luchado por dar
a sus hijos una vida mejor que la que ellos tuvieron. Deseo de
corazón que quede intacto el legado de nuestros antepasados y que
las nuevas generaciones siempre tengamos un lugar al que volver.
(En agradecimiento a mi
padre, Zacarías, y a mis hermanos, Roberto y Pedro Jesús cuyo
esfuerzo ha merecido la pena).
Sonia
Abad De Pedro
(Para "El Pinachón"
2010)
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CARRETERÍA
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