TRES CASTROS SERRANOS

 

 

Jesús CÁMARA OLALLA

Ignacio RUIZ VÉLEZ [1]

 

 

Durante los siglos VI al IV a.C el pueblo celta de los pelendones ocupó por primera vez de forma estable y organizada el territorio de la Sierra burgalesa-soriana. Esta gente, según la tesis de Martín Almagro Basch (La invasión céltica en España) llegó de los Campos de Urnas de Cataluña a través del Valle del Ebro. Para el investigador Blas Taracena Aguirre lo típico de este pueblo es que vivía en castros con una superficie cercana a una hectárea.

 

Los castros eran recintos fortificados artificiales que se emplazaban en lugares naturales elevados y estratégicos con buenas condiciones defensivas naturales, a ser posible inaccesibles por alguno de sus flancos aprovechando escarpes rocosos, a veces enmarcados por ríos y arroyos. Se completaba la defensa con la muralla. Esta se construía con piedras de mediano y pequeño tamaño, trabajadas por la cara exterior y colocadas sin ningún tipo de argamasa. Su estructura era: dos paramentos verticales paralelos o de sección trapezoidal con relleno de tierra y piedra sin ningún orden. Su grosor oscilarían entre 2 y 3,5 m, llegando a alcanzar alturas en torno a los 3 m. Se remataría con un parapeto o empalizada de madera, que protegía, posiblemente, el paseo de ronda. Las puertas eran simples interrupciones en el trazado de la muralla situadas, a vece, en uno de los extremos junto a un cortado.

 

El dominio de la metalurgia de bronce y de hierro los llevó a trabajar con herramientas de hierro la roca arenisca para la consecución de piedras de la muralla a la que dedicaron larguísimas jornadas de trabajo comunitario. Las canteras estarían en el mismo asentamiento del castro.

 

En la elección del emplazamiento de un hábitat pudieron intervenir diversos factores, primando las posibilidades defensivas. El aprovechamiento de los recursos naturales fue muy importante (ganadería, agricultura, minería, etc.) en función de la distancia al poblado (isócrona de una hora). Además, también incidía las posibilidades estratégicas del lugar, con especial incidencia en el abastecimiento de agua, subsanado por la proximidad de cursos de agua o de fuentes. Los guerreros pelendones apostados en lugares altos vigilaban el valle ante posibles incursiones. Una de las razones de su fortificación sería hacer frente a las expediciones bélicas y de saqueo. Pero el gran problema de los pelendones surgirá de sus vecinos territoriales arévacos de la zona soriana, quienes impondrán su hegemonía y los arrinconarán hacia las zonas montañosas del Sistema Ibérico.

 

 

Los círculos señalan la ubicación de los tres castros

 

 

 

En el entorno de Canicosa de la Sierra existen presumiblemente tres castros: Peña la Mina en Canicosa de la Sierra, La Cerca en el comunero de Revenga y La Muela en Vilviestre del Pinar. A diferencia de los sorianos están rodeados de bosque con lo que no cumplirían la función de hacerlos visibles desde una zona amplia, marcando así la propiedad del territorio, sino de camuflarlos. El de la Muela de Vilviestre es prácticamente invisible desde el río Arlanza. Ni están rodeados en algunos sectores de piedras hincadas como defensa contra la caballería. Conforman los tres un triángulo con las siguientes distancias entre ellos:

 

 

La Mina – La Muela La Muela – La Cerca La Cerca – La Mina
4,5 km 5 km 6,5 km

 

 

Como se describe a continuación lo que queda de los tres castros son los derrumbes de las piedras de la muralla. Como no se han excavado no se tienen restos de cerámica, restos metálicos… elementos importantes para su datación científica exacta.

 

 

1. Castro de Peña la Mina, Canicosa de la Sierra.

 

Ocupa la cumbre del afloramiento de areniscas a 1.395 m de altitud. Al sur de la altura discurre el río Rinieblas y por el este, el río Penedillo.

 

Los lados norte, este y sur están definidos por potentes escarpes de areniscas haciendo el acceso muy dificultoso. Los únicos restos del castro están definidos por un apilamiento de bloques de piedra de tamaño mediano y grande que oscila entre 3 y 5 metros de anchura, 1,20 m de altura en la sección central y una longitud total de 75 m. interrumpidos por unas rocas naturales de gran tamaño Estos restos conformarían la muralla, que por la cantidad de piedra existente (cubicación del derrumbe) no tendría una altura superior a 2 m. Al este de esta se situaría el poblado con una planta más o menos rectangular, plana y horizontal interrumpida por rocas en la parte central. La superficie de ubicación del mismo es de 4200 m2. El número de familias o “viviendas” sería muy reducido. El acceso al poblado se haría por la zona sur del presumible foso natural. En la muralla se percibe un portillo en la parte más baja que puede hacernos creer que se tratase de una puerta. Más bien pueda tratarse de un hueco reciente producido por el arrastre de los pinos. Aventuramos que la puerta estaría en el extremo norte del sector sur de la muralla, pegada a la roca que delimita los dos tramos de muralla.

 

Plano del castro de Peña la Mina

J. R. Gómez Cámara

Derrumbe de la muralla de Peña la Mina

 

 

La densa capa herbácea y arbórea impide prospección visual. No han aparecido restos cerámicos o de otra índole.

 

 

2. Castro de la Muela, de Vilviestre del Pinar.

 

Es un cerro testigo donde se ubica un vértice geodésico que marca una altura de 1.216 m. Al norte discurre el río Arlanza. Una superficie plana ocupa su máxima altura. Curiosamente la mayor extensión del supuesto castro se corresponde con una calva porque es el único sector donde no hay restos de vegetación arbórea cuando toda la muela está poblada de robles. Donde se encuentra el vértice geodésico hay un roquedo de arenisca, que ocupa uno 2600 metros cuadrados, constituido por distintos bloques de roca arenisca en el que aparecen cazoletas grandes y medianas, muchas de ellas de origen natural, aunque podría decirse que hay casos donde la acción humana no es ajena. Serviría el roquedo de protección al poblado contra el viento norte.

 

En el lado sureste del roquedo arranca la muralla que discurre hasta el sur en unos 70 m. girando progresivamente hacia el oeste en unos 200 m. y después hacia el norte, aunque parece que hubieran desaparecido los últimos 70 m. de ella. En este trayecto hay pequeños afloramientos rocosos que interrumpen el trazado de la muralla por ese sector sur. Cercaría la misma el recinto del poblado con una superficie llana cercana a una hectárea con muy ligero basculamiento hacia el sur. Adosados a la parte norte del roquedo se descubren 60 m. de derrubios de la muralla. El derrumbe de la muralla en la parte mejor conservada está en el este, siendo 3,30 m. su anchura.

 

El tercer recinto se dispone periféricamente a los dos anteriores, a un nivel ligeramente inferior al segundo. Tiene una extensión de 10 hectáreas. Su perímetro viene definido por la culminación de La Muela definida por una sucesión de rocas de menor tamaño a modo de defensa natural que se combinan con una segunda muralla (más bien sería una antemuralla) de la que quedan menos restos que de la anterior; a veces casi imperceptibles. Pudiera ser que este sector fuera aprovechado para guardar el ganado.

 

 

Mapa con los sectores del castro

 J. R. Gómez Cámara

Una posible entrada al castro

 

 

En este recinto se encuentra un posible altar celta ubicado en una peña de unos 4 metros de altura. El descubrimiento del mismo se debió a Jesús Mediavilla M. En la parte superior tiene tres cazoletas entre 60 y 90 cm de diámetro y entre 30 y 60 cm de profundidad. La presencia de las tres cazoletas unidas por canalillos, muy común en otros altares o santuarios celtas, nos hacen pensar en su carácter ritual, así como un posible un canal más grande que derramaría al suelo. A menos de 10 metros del altar se encuentran otras 5 cazoletas a una altura no superior a metro y medio del suelo.

 

En el norte y en el noreste de este sector se acumulan no menos de 10 de amontonamientos de piedra, circulares de unos 3 m de diámetro, sospechosos de que podrían corresponder a algún enterramiento de tipo tumular, enterramientos típicos del Bronce Final y de la Primera Edad del Hierro.

 

La escasez de bloques de piedra de las dos murallas, en comparación con la existente en el de La Cerca, pudiera deberse a que fueron reutilizadas, posiblemente, para delimitar mediante un muro que se ve a pie de la Muela, el monte público de las fincas privadas del municipio.

 

Los restos pétreos de las dos murallas, a veces muy exiguos, el altar y los túmulos nos dan razones suficientes para aventurar que estamos delante de un castro celta.

 

 

3. Castro de la Cerca, comunero de Canicosa de la Sierra - Regumiel de la Sierra - Quintanar de la Sierra

 

Está situado a 1,2 km. al noreste de la necrópolis de Revenga. Se sitúa en una plataforma cuasi rectangular de 330 x 134 m, cercano al río Torralba. Tiene una superficie aproximada de 3,86 hectáreas. Por los lados sur y este le individualizan grandes escarpes rocosos de una longitud de unos 400 m. y de una decena de metros de altura. Al sur del escarpe es donde se encuentra, en un escalón inferior, el conocido santuario altomedieval. Los otros lados aparecen delimitados por una potente muralla de unos 364 m. de longitud, definida por un gran apilamiento de piedras entre 6 y 7 m de anchura, alcanzando una altura entre 1,50 y 1,60 m en su parte central.

 

En el lado norte, sobre todo en su mitad oriental, existe un foso de sección en “V” de unos 5 m de ancho, que bien pudiera ser fruto de la extracción de material con vistas a la realización de diversas construcciones. En el norte de la muralla se sitúa una entrada al castro en esviaje. En la esquina del suroeste muere la muralla y aprovechando una gran fisura en la roca se define la segunda puerta de acceso al castro.

 

El interior es muy plano con ligero basculamiento hacia el sur. Por la densa cobertura herbácea y la presencia de robles es difícil encontrar restos arqueológicos.

 

 

 

Situación del castro la Cerca

J. R. Gómez Cámara

Roca-santuario con dos posibles cazoletas

 

 

En el extremo suroccidental del roquedo se encuentran dos cazoletas de 70-80 cm de diámetro; en la parte central del cortado, otras 3, una de ellas de 5 m. de diámetro. Podrían formar parte del santuario.

 

Al norte de la muralla, y próximo a la puerta, se halla un pequeño túmulo, que pudiera ser un enterramiento.

 

Este yacimiento es citado en numerosas ocasiones por la literatura arqueológica planteando ciertas dudas[2] sobre su naturaleza pues aparece enmascarado por el santuario altomedieval que se encuentra en la base del risco del lado sureste. Por lo que a nosotros respecta, señalamos que no hay dudas sobre su pertenencia al Bronce Final-Primera Edad del Hierro por la presencia de la muralla citada y porque hemos creído ver dos santuarios sobre roca en el interior del poblado; uno en el ángulo suroeste, junto a una de las puertas de entrada y otro, justamente encima del risco donde está el santuario altomedieval cuya presencia se entiende por la sacralización cristiana de un lugar sagrado anterior. Julio Escalona Monge, en su tesis doctoral, indica que hubo un poblado prerromano y Álvaro Rueda[3] señala también que hubo un hábitat prerromano.

 

 

Modo de vida de lo pelendones

 

 

Como no se han realizado excavaciones cabe decir que en los castros de Peña la Mina y La Muela no se detectan restos de construcciones domésticas. Se atisban algo en los pequeños hoyos del interior del castro de La Cerca. Esto nos lleva a suponer que sus viviendas eran simples cabañas. Los materiales de construcción los proporcionaban el entorno: piedra, madera, ramas y bálago para el techado. Las casas eran de planta circular situando en el centro en hogar. No había división de espacios en su interior. El modo de vida de sus pobladores lo relacionamo con lo investigado en los castros sorianos.

 

El aprovisionamiento de agua para el castro de La Mina desde los ríos Rinieblas o Penedillo supondría salvar un desnivel de 250 m. Para los habitantes de castro de La Muela bajar al río Arlanza supondría descender 150 m. Para los de La Cerca, para beber el agua del río Torralba descenderían sólo 90 m. Pero las condiciones climáticas de aquellas épocas, con más lluvias, favorecían la abundancia de manantiales en las laderas de los asentamientos de los castros de donde se suministrarían los lugareños. El ganado se abastecía en los ríos, charcas y en los distintos arroyos.

 

Desarrollaron los pelendones una agricultura de subsistencia rudimentaria. Cultivarían los terrenos bajos más inmediatos sembrando hortalizas, leguminosas y cereales de secano, como trigo y cebada, para los animales y para la producción de cerveza (caelia). Elaboraban el "pan de bellota" (como se demuestra en Numancia) con la harina que producían en molinos de mano tras moler las bellotas de los robles. Calentaban los alimentos con piedras calientes introducidas en los recipientes de cocina, aunque esta observación la señala Estrabón para los pueblos del norte.

 

 

 

Recreación del castro del Alto del Arenal de San Leonardo (Soria) [4]

 

La ganadería sería su principal base económica. Los animales domésticos documentados en los castros sorianos eran principalmente ovejas, cerdos, cabras, vacas, caballos y perros. De la ganadería obtendrían fundamentalmente los productos lácteos.  Además, aprovecharían toda una serie de recursos que ofrece el entorno boscoso para la recolección de madera y frutos silvestres. Las expediciones para robar ganado se realizarían fuera del entorno de los tres castros.

 

Los pelendones de los tres castros tendrían contacto entre sí para intercambiar productos mediante el trueque Y también tendrían relación entre los jóvenes, dado el pequeño número de habitantes, para garantizar la renovación genética.

 

Con la lana de las ovejas elaboraban el "sagum", capa impermeable al agua de lluvia con capucha que eran sujetadas por fíbulas (imperdibles). La ganadería pasaría la noche bajo la protección de la muralla del castro que era protegida simbólicamente por unas esculturas de piedra, los verracos, como es el ejemplo del castro de la Peña de Lara.

 

El tipo de sociedad de los castros sería de tipo tribal. La propiedad de la tierra era colectiva. La familia será el eje vertebrador de estas sociedades, pero entendida como familia extensa dentro de agrupaciones más amplias llamadas gentilidades.

 

La religión de esas gentes tenía un carácter animista y los dioses, más que representaciones humanas, eran símbolos de las fuerzas de la naturaleza pues esas divinidades siempre están vinculadas a esas fuerzas. Sin embargo, tenían divinidades organizadas en función de esas fuerzas apareciendo tríadas muy importantes en el panteón céltico, lo cual indicada cierto grado de desarrollo teológico. Teutatis, Taranis y Esus era la tríada más importante entre los irlandeses o Teutatis, Belenos y Belisana entre los Gales. Había dioses muy poderosos como Dagda, Lugh, Sucellus o Cernunos, en todo el ámbito celta. Cernunos, con cuernos de ciervo, aparece representado en cerámicas numantinas y Epona, diosa de los caballos, era también muy importante en estas tierras. El dios Airón era el dios de los muertos, del inframundo, del paso al más allá; de ahí la famosa laguna de Poceirón de La Aldea del Pinar, lugar de paso al más allá y donde Doña Lambra, del poema de Los Siete Infantes de Lara, se suicida con un caballo blanco, en una versión del poema. En estas tierras había unas diosas llamadas las “Matres” (Abascantis, Tendeiteris, Munitucinae…) que eran divinidades menores. Las cazoletas de la Muela y de la Cerca tendrían algo que ver con el culto a las divinidades.

 

Danzaban en luna llena, según nos dice Estrabón (Geographya, III, 3, 7 y 4, 16), al son de flautas, alrededor de una hoguera y a la puerta de sus casas. Llevaban las cabezas de sus enemigos en combate aunque estos casos eran muy contados. Las cabezas humanas que aparecen en las fíbulas zoomorfas de caballo, bajo la cabeza del animal, representaban al alma de su poseedor que se ponía bajo la protección de ese animal sagrado y simbólico, representación de la diosa Epona.

 

Incineraban a sus muertos. Colocaban al cadáver sobre una pira de leña a la que prendían fuego y recogían los huesos calcinados para enterrarlos en un pequeño hoyo que eran señalado con una piedra clavada verticalmente (estela funeraria) o si el enterramiento era comunal, se señalaba con un montón de piedras. Dejaban comida y objetos en sus enterramientos como ofrenda a los muertos. Si se trataba de guerreros, los exponían a los buitres para que sus almas subieran más rápidamente a los cielos. En este caso se refiere a guerreros muertos en combate, que era la muerte más digna. Hay que tener en cuenta que también había ceremonias de las que no han quedado restos como los cánticos, las danzas y los combates simbólicos que acompañaban al funeral en honor al difunto.

 

Estas tierras del alto valle del Arlanza fueron muy importantes en la Prehistoria y Protohistoria por su posición estratégica como zona de paso entre al alto Arlanza y el alto Duero. Así se explican los asentamientos en cuevas del Arlanza (La Ermita, Millán, La Mina, La Aceña), los dólmenes (Cubillejo-Mazariegos, La Mina), los enterramientos tumulares neolíticos y calcolíticos (Barbadillo del Mercado, Villaespasa) y los depósitos de bronces del Bronce Final (Huerta de Arriba). Durante la Edad del Hierro y la Romanización pasaban por estas tierras importantes vía de comunicación hacia La Rioja, el valle del Arlanzón a la Bureba y, por el Arlanza al Pisuerga y valle medio del Duero.

 

 

 

OBSÉRVESE:

 

Para saber la posible densidad de poblamiento en los castros hay que conocer las necrópolis con su número de tumbas y relacionar con la densidad del poblado. Se han usado diversas fórmulas como la de Acsádi-Neméskeri, pero que no podemos aplicar aquí porque no sabemos nada de las necrópolis.

 

BIBIOGRAFÍA INFORMATIVA:

 

BENGOECHEA MOLINERO A., 2014, “Los castros de la serranía burgalesa. El inicio de una jerarquización territorial de gran perduración”, en F. BURILLO, M. CHORDÁ (edts.), VII Simposio sobre los Celtíberos. Nuevos hallazgos, nuevas interpretaciones, Zaragoza, 113-122.

 

DÍAZ MELÉNDEZ, Mario. La ocupación sistemática de la provincia de Soria: Los castros sorianos de la Edad del Hierro.

 

GARCÍA-SOTO MATEOS Ernesto, DE LA ROSA MUNICIO Rafael, 1995, “Consideraciones sobre el poblamiento de la ribera soriana del Duero durante la Primera Edad del Hierro”, en Francisco BURILLO MOZOTA (coord.), Poblamiento Celtibérico. III Simposio sobre los celtíberos, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 83-92

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JIMENO MARTÍNEZ Alfredo, ARLEGUI SÁNCHEZ María, 1995, “El poblamiento en el Alto Duero”, en Francisco BURILLO MOZOTA (coord.), Poblamiento Celtibérico. III Simposio sobre los celtíberos, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 93-126.

 

ROMERO CARNICERO Fernando, 1.991, “Los castros de la Edad del Hierro en el norte de la provincia de Soria”, Studia Archaeologica, 80, Valladolid.

 

RUIZ VÉLEZ, Ignacio, BOHIGAS ROLDÁN Ramón, BOURGON DE IZARRA Alfonso, 2014, El patrón de poblamiento en las Loras burgalesas durante el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro, Institución Fernán González, Burgos.

 

RUIZ VÉLEZ, Ignacio; CÁMARA OLALLA, Jesús; ABAD IZQUIERDO, Abilio. “El poblamiento del Bronce Final y de la Primera Edad del Hierro en el alto valle del Arlanza”. 2018,  Boletín de la Institución Fernán González, 256, Burgos, (en prensa).

 

SACRISTÁN DE LAMA José David, 2007, La Edad del Hierro en la provincia de Burgos, Diputación Provincial, Burgos.

 

 


 

 

 

[1] Académico de la Institución Fernán González de Burgos

 

[2]    Abásolo J. A.; García Rozas, R. 1980, Carta arqueológica de la provincia de Burgos. Partido Judicial de Salas de los Infantes, Burgos, 78-79. Sacristán J. D., Ruiz Vélez I., 1985, “La Edad del Hierro, en A. Montenegro, Historia de Burgos I. Edad Antigua, Burgos, 191. Sacristán, J. D., 2007, La Edad del Hierro en la provincia de Burgos, Burgos, 70. Ficha 09-289-0001-03 del Inventario Arqueológico Provincial, Servicio Territorial de la JCyL en Burgos.

 

[3]    Álvaro Rueda, 2012, 326.

 

[4]    Folleto: Castros y pelendones. Editado por PROYNERSO.